Hué Imperial

29 noviembre 2012

A principios del siglo XIX la fractura abierta tiempo atrás que dividió los territorios vietnamitas estaba próxima a su fin. Cerca de doscientos años habían tenido que pasar para que el país volviera a unificarse, eso sí, pagando el precio, para variar, de tener que soportar una nueva guerra. No contra chinos (quienes no dejaron de intentar meter la mano en el pastel) ni mongoles, ni siquiera contra los reinos Cham del sur; esta vez luchaba un pueblo contra sí mismo, una nación buscando su patria. Todo comenzó en plena exasperación económica contra la dinastía reinante allá por el año 1765, teniendo como epicentro la ciudad de Tay Son. La rebelión, encabezada por los hermanos Nguyen, no tardó en conquistar el sur y centro del país, requiriendo mayor constancia la tarea en el norte, aunque finalmente, en el año 1802, la unificación surgía bajo el mando de esta nueva dinastía.



Para celebrar el cambio e inicio de la nueva era la capital se trasladó de Hanoi al centro del país, estableciéndose en Hué, designada además como residencia de la nueva casta imperante. Con el fin de cumplir su misión pronto se inició la construcción de la ciudadela, en cuyo interior habría de ubicarse el Recinto Imperial. Su fama creció tan rápido como su belleza, llegando a ser comparada con su homónima pekinesa. Además de residencias, jardines, templos, bibliotecas, palacios y hasta un teatro, sus muros ocultaban la extraordinaria Ciudad Púrpura Prohibida, una ciudad dentro de otra a la que sólo el emperador tenía acceso; con excepción de las concubinas que la poblaban y los eunucos que las servían. 


Los días de gloria del palacio terminaron con la decrépita dinastía, rendida ante franceses, avergonzada por japoneses y cesada por vietnamitas en 1945. A partir de esa fecha la memoria de la ciudad se pierde en medio de la batalla, olvidándose definitivamente en la ofensiva del Tet. Evaporada, pulverizada, arruinada; verbos insuficientes para describir lo ocurrido en las poco más de tres semanas que duró la contienda, borrando los esplendores de una época en pos de una nueva, escapando la historia, al fin y al cabo, de su legado.

Por suerte, al menos en esta ocasión, se cumplió el dicho de que la historia se repite. El país se unificó de nuevo y la ciudadela de Hué se refundó. Las obras volvían a palacio, recuperando lo salvado, recreando lo viejo y llorando lo perdido, que mucho era.


Recorrerla es un ejercicio ambiguo. Nada más traspasar sus puertas nos damos de bruces con la magnificencia, unos pasos más para encontrar la opulencia, quedando la "trastienda" de la decadencia a tan solo una mirada. Con plena libertad de circulación uno puede perderse a placer, teniendo la precaución de no tropezar con algún cascote de la Ciudad Púrpura o vaya usted a saber qué. En mi caso esto último me resultó sumamente placentero, contemplando el sol caer caminando sobre la tierra que pisaron reyes, regaron con su sangre súbditos e incendió la guerra. El ocaso ya alcanza los restos del imperio que un día fue, pero esta vez no velará su recuerdo.






4 comentarios :

  1. Uno de los secretos mejor guardados de Vietnam, impresionante.

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  2. Sí, el centro del país es toda una experiencia, distinto a norte y sur, con una virtual capital que perfectamente podría ser esta ciudad, aunque Danang cada vez más le esta quitando el protagonismo por su modernización, pero esta siempre tendrá un sabor clásico.

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  3. Me habría gustado estar ahí.......Para que veas boro que sigo tu blog,y que sigues.siendo el que me planifica,jeje

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    1. Ya me lo imagino, el lugar merece la pena. Mirá que te lo avisé...
      Gracias por seguir leyendome cada cierto tiempo Ramón!!!

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