Hoi An - Sombras del pasado, Luces del presente

26 diciembre 2012

Pocas veces se tiene la posibilidad, por no decir placer, de encontrarse hoy con el ayer. Por extraño que suene aún mantengo la cordura, pues no hablo de viajar al pasado, sino más bien de caminar por él a través de fragmentos de mundo detenidos en el tiempo, o al menos no corrompidos por este. Aviso de antemano de la dificultad de lograr una buena descripción en el caso que nos ocupa, no por falta de adjetivos y verbalizaciones, más bien por lo personal que resulta este cuento de fantasía y retórica que una vez viví en mi querida Asia. Su influjo mágico una vez más acompaña mi pluma.



Conociendo mi destino, la imperdurable Hoi An, (bastante había leído y algo me habían contado) era ya sabedor de que me encaminaba al que en tiempos fuera el puerto de mayor importancia de todo Vietnam. Puerta introductora de cultura, tradición, colonialismo e incluso religión (no en vano el cristianismo se presentó aquí como recién llegado), fue matriz de mezcolanza, engendradora de un estilo único en todo el país. Europeos, japoneses o chinos (el núcleo más numeroso) dieron buena cuenta y dejaron su impronta. Cuando sus tiempos de gloria pasaron y el ocaso se cernía sobre ella las miradas se fueron apartando paulatinamente, alentadas por el movimiento de capitales en variadas direcciones. Lo que para otras hubiese sido la ruina aquí fue casi una bendición, no instantánea aunque sí a modo de depósito, recuperando lo invertido con el paso de los años. No olvidemos que de haber tenido mayor importancia en la guerra con los estadounidenses quizás no estaría escribiendo esto.


Las sensaciones se disparan solo con pisarla. La tranquilidad flota en el ambiente, invitando a adentrarse por sus vetustos callejones entre las pequeñas casas centenarias decoradas con decenas de farolillos chinescos que hasta árboles adornan. Grandes letreros en madera cuelgan de los tejados, ya se han retirado los maderos de los escaparates y comercio y comerciantes entran en ebullición. Junto al río un enjambre de embarcaciones no para de moverse, aunque los fardos hayan sido sustituidos por personas el negocio sigue en pie. Todos los talleres, ya sean sombrereros, faroleros o sastres (de los que hay muchos), están en plena faena. Los clanes abren las puertas de sus salones, los templos siguen engalanados en dragones que respiran incienso. La cultura está en la calle, la ciudad en si es un gran museo vivo.


Al caer la noche el espectro emocional cambia por completo. Se iluminan las casas, las linternas deslumbran en cientos de colores y los insectos cantan con fuerza. Espectáculos por doquier, cocinas humeantes y un gran ambiente festivo que sabe hacer las delicias y satisfacer las necesidades. Cuando la oscuridad crece las aceras se van quedando solitarias, muriendo las luces e invitando a curiosos, románticos y soñadores a un último flirteo.

Sabor añejo, época de añoranza. En verdad no había sido engañado, me topaba con el viejo Vietnam, encontrando la esencia de hace un siglo casi intacta. Imagino que la vida en tiempos sería diferente, pero quiero creer que el espíritu del que ahora hace gala era el mismo.







2 comentarios :

  1. ¿No sucumbiste a los cantos de sirenas de los sastres?

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    1. Mire alguna tienda por encima, pero no iba con la idea de comprar ropa... por hacer la gracia hubiese estado bien, pero no me animé, jeje. Me imagino que en el caso de las mujeres será bien distinto, casi todas iban con bolsas, jajaja.

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