Érase una vez entre ficción y realidad (I)

08 enero 2013

Esta semana los caminos de la inspiración me llevan a atreverme con algo diferente. Mezcla de realidad, ficción, sueños y algunas cosas más, embarco en la narrativa con la esperanza de que guste a propios y extraños. Los viajes son inspiradores, aunque la vida y experiencias de cada uno pueden dar lugar a cócteles como este. Adelanto que serán dos entregas, inclusive si la acogida de esta no es demasiado buena, pues derecho tenéis a conocer toda la historia. Sin más preámbulos comenzamos.

Las crónicas muchas veces omiten los pasos que damos en esta vida y otras solo los recuerdan vagamente. En ocasiones conseguimos rescatar del olvido ciertas historias que quizás no narren grandes batallas, importantes conquistas o la vida de un rey, pero que hablan de sucesos populares y héroes anónimos, de amores de ensueño, tragedias, de llantos y sonrisas, de la vida. Generalmente han sido recogidas bajo el sobrenombre de cuento, fabula o tal vez leyenda, pues relatan un tiempo en el que los hombres aún creían en la magia y lo sobrenatural. Los siglos fueron pasando, muchos nombres se olvidaron y otros se tergiversaron, la magia se fue perdiendo a la misma velocidad a la que la ciencia comenzó a ser aprendida, los sueños se devaluaron, se apagó el auténtico romanticismo, cayeron reinos y se levantaron imperios, se cambió la espada por el rifle, el Cid dio paso a Don Juan, y este se lo dio a Sherlock, de Colón pasamos a Darwin, de Alejandro Magno a Napoleón o de Cleopatra a Isabel de Castilla.


De esta forma llegamos hasta nuestros días, en los que muchos han sucumbido ante las tertulias de televisión o la comodidad de vivir en internet.  Pese a ello, aún hay quién se resiste a olvidar. Personas con ansias de saber y aprecio por soñar, con metas en la vida y muchas veces en el cielo, personas que aún saben amar y estiman cada camino por el que pasan, pues conocen su historia y leyenda. Es uno de estos románticos quien inspira este cuento que me dispongo a narrar, pues aunque muchos no quieran creer en ellos, aún siguen existiendo.

Toda su vida había sido un soñador, amante de mitos e historias atemporales, no pasaba un solo día sin que dejase de imaginar. Siempre que le era posible intentaba viajar a los sitios más recónditos y, como él mismo decía, sentir y vivir el mundo. En una de estas aventuras emprendió camino hacia un país tan lejano que Europa en el pasado tardó en hacerse eco de él. Había leído muchos cuentos de aquella tierra, mas había uno que aún ignoraba.

Paseando entre los antiguos edificios de madera de una ciudad, cuyo castillo era remanente de glorias pasadas, su mirada quedó fija en el escaparate de una vieja tienda. Ante él tan solo dos diminutos muñecos de papel, elaborados con tanta gracia y estilo que sintió una atracción instantánea, no pudiendo resistirse a entrar y, al menos, interesarse en ellos. En el interior, ajena al mundo, una anciana escuchaba un transistor. Como no había nadie más supuso que debía ser la dueña, así que reunió valor y trató de recordar las pocas palabras aprendidas. La mujer no pudo menos que sorprenderse, aunque al responder en el idioma de nuestro amigo el gesto se intercambió rápidamente entre ellos. "No son muchos los que se interesan por este tipo de piezas" - le dijo. "Si su interés es comprarlos le advierto que su valor no se mide con monedas, pero si dispone de algún tiempo me encantaría poder contarle cierta historia" - Continuó. Sin salir de su asombro el chico aceptó.


Hace ya mucho tiempo, en esa misma ciudad, vivió un hombre que dedicó su vida entera al arte de la espada. Desde joven le instruyeron para ser el mejor de su escuela, entrenando tanto y con tantas ansias que en no demasiado tiempo logró aquello que se esperaba de él. Tan absorto estaba en practicar que no prestaba la más mínima atención a otros menesteres, hasta el punto de ignorar ciertos ojos que no se desprendían de él, esperando cada día junto a un árbol a la entrada del pueblo para verle regresar a casa. Cuando le intuían en el horizonte el corazón de su dueña empezaba a latir con fuerza y un cosquilleo inundaba su ser. Así pasaron las estaciones mientras se sucedían las miradas y faltaban las palabras.

Una calurosa tarde de verano nuestro protagonista caminaba de vuelta a casa con la rutina habitual. Como en ocasiones previas la muchacha le saludó educadamente, aunque esta vez la charla fue tan animada que el sol no tuvo tiempo de ilustrar las últimas sonrisas en sus rostros antes de que las luciérnagas hicieran su aparición. Esa noche sintió, sin conocer la causa, que la espada reinante en su interior comenzaba a resquebrajarse.


Semanas después sucedió algo que marcaría su futuro. El sonido del metal chocando rompía el silencio de la noche. Corrió hacía el lugar del enfrentamiento, pero era tarde. Varios cuerpos yacían en medio de un charco de sangre. Todos tenían una expresión pacífica en el semblante; habían muerto tan deprisa que ni se dieron cuenta de lo que les pasó. Estremecido como nunca antes se sintió en vida solo pudo pensar que el causante de aquello no podía ser otro que el mismo diablo. Entre las sombras un hombre huía a lomos de un caballo cuando, espada en mano, varios guardias aparecieron culpándole por lo ocurrido. No tuvo otra opción que luchar, siendo aquella la primera vez que mató a un hombre. La oscuridad brotó en su interior, sus sentimientos murieron, ansias de sangre y poder ocuparon su corazón.  

Antes de partir, en el mismo árbol en el que ella le había esperado tantos días, el joven se despidió. Había llegado el momento de peregrinar por el país y demostrar que era el mejor en su arte. Con lágrimas en los ojos la mujer que le amaba le rogó que no se fuera, diciéndole que no era un asesino, que si realmente tenía que volver a matar podía empezar por ella. Él respondió que nunca entendería sus sueños, y se marchó.

2 comentarios :

  1. Con ganas de leer la segunda parte :D

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  2. ¡Me alegro! Espero satisfacer todas las expectativas, y sobre todo hacerlo cuanto antes!!

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